Artículo publicado en El Puerto Actualidad
El 8 de diciembre de 1991 los presidentes de las Repúblicas Soviéticas de Rusia, Ucrania y Bielorrusia firmaron el Tratado de Belovesh con el que declaraban oficialmente la disolución de la Unión Soviética y establecían la Comunidad de Estados Independientes (CEI), a pesar de que en el mes de marzo de ese mismo año el 78% de las ciudadanas y ciudadanos soviéticos se expresaron en referéndum a favor de mantener en pie la URSS. Las consecuencias de estos acuerdos abocaría a la desintegración del estado socialista más importante del mundo. Hoy se cumplen 25 años de aquella catástrofe cuyas consecuencias perduran hasta nuestro días.
El siglo XX no puede entenderse sin la URSS y el mundo de hoy tiene mucho que ver con la desaparición de un gigante geopolítico que con sus aciertos, con sus errores y con sus contradicciones, hizo de contrapeso a las pretensiones de hegemonía global de los Estados Unidos.
En el plano internacional, la pérdida de ese equilibrio ha sido perjudicial. La desaparición de la Unión Soviética nos dejó un mundo unipolar, donde los Estados Unidos tenían vía libre para desplegarse libremente por doquier en función a sus intereses. La OTAN ganó peso como principal instrumento para mantener la hegemonía global de los EEUU y reformuló sus objetivos para ir expandiéndose paulatinamente hacia el este hasta hacerse con el control militar de todo el hemisferio norte. Estados Unidos podía intervenir militarmente a su antojo por el mundo entero y podía llevar a cabo cuantas intervenciones militares considerase oportunas: Yugoslavia, Irak, Afganistán, Filipinas, Somalia, Pakistán, Libia, Yemen, Siria…
En cuanto al plano social, se ha producido un objetivo deterioro de las condiciones laborales de la clase obrera, tanto en los antiguos países del campo socialista como en el resto de países europeos. La contrarrevolución neoliberal acabaría por implantarse años más tarde en toda Europa y sin el miedo a la ‘rebelión comunista’ las élites económicas ya no tenían motivo para seguir manteniendo el costoso modelo de estado del bienestar, que trataba de asegurar unas condiciones de vida aceptables al conjunto de la población dentro del modelo capitalista. Todavía hoy, las conquistas sociales y laborales conseguidas tras años de lucha siguen desvaneciéndose poco a poco al ritmo que imponen los mercados.
Para Occidente, para los movimientos revolucionarios y progresistas del mundo, y para quienes aspiraban y aspiramos a construir un proyecto político de emancipación, la Unión Soviética era un punto de referencia al que acudir en busca de un mundo distinto en el plano social, político, económico, deportivo, tecnológico, de un modelo de sociedad con otros valores, donde primasen las necesidades de las personas y no los intereses de las élites económicas.
De la noche a la mañana perdíamos ese referente y un capitalismo exultantemente victorioso, todavía receloso de los logros sociales de un sistema que le había plantado cara y tratado de tú a tú, decretaba la muerte del comunismo, el fin de la historia y comenzaba ofensiva para acabar con el movimiento obrero organizado, no solo en la plano político sino también en el ideológico.
Desapareció la URSS, pero no el ideal comunista. La actual crisis estructural del capitalismo demuestra las debilidades de un sistema económico que es capaz de cualquier cosa para seguir privilegiando a las élites: imponer por la fuerza y el chantaje grandes recortes sociales para acabar con la sanidad y la educación públicas, expulsar a la gente de sus casas, destruir el sistema público de pensiones, mal vender las empresas públicas y privatizar servicios tan importantes como la gestión del agua… Todo con tal de seguir generando nichos de mercado para el capital privado y seguir aumentando su margen de beneficios.
Frente a este modelo de capitalismo salvaje, el horizonte de emancipación social en favor de las personas más desfavorecidas, que durante muchos años referenciaba la Unión Soviética, sigue siendo una necesidad de rabiosa actualidad del que se nutren muchas experiencias políticas a lo largo y ancho del mundo, y por el que seguimos y seguiremos luchando.